La antología Más que arrugas es interesante para todos y quienes trabajan con esta franja etaria creciente tanto en cantidad como en diversidad.
Es una antología que constituye una novedad editorial al ser el primero en contar con textos literarios protagonizados por adultos mayores y destinados por lo tanto, a dicho sector social. Son cuentos fundantes de una Gerontoliteratura, uniendo dos universos tan afines pero hasta hoy tan distantes: la vejez y la literatura.
La antología Más que arrugas es interesante para todos y quienes trabajan con esta franja etaria creciente tanto en cantidad como en diversidad.
MARÍA ROSA CURTINO –
ESTER GALLARDO –
LETICIA GUEVARA –
JOSÉ OSCAR MOYANO –
LIDIA POLO SÁNCHEZ –
ANDY VILLALOVO –
Vejez y placer con frecuencia parecen conceptos opuestos, pero el placer de la lectura no debería conocer de excluidos. Los protagonistas adultos mayores no abundan en los textos literarios y menos aún, en roles que puedan despertar deseos de imitación en el lector.
Desde esa perspectiva, este libro es la excepción. Incluye relatos que evidencian nuevas y osadas maneras de vivir esta etapa de la vida. Sus protagonistas enfrentan, lejos de prejuicios o etiquetas, desafíos cotidianos tan comunes como la soledad, las prohibiciones o la incomprensión del entorno; y lo hacen desde un lugar plagado de humor, sabiduría, valor e ingenio.
Las nuevas vejeces llegaron para quedarse, y la Gerontoliteratura está haciendo lo mismo.
La lectura de textos literarios presenta beneficios indiscutibles, no sólo en relación al vocabulario, la abstracción, la memoria, la atención a los detalles, sino además por la enriquecedora posibilidad de objetivar las propias vivencias e identificarse con los protagonistas de las historias.
Muchos reconocidos autores definieron a la literatura como un acto de rebeldía, la compararon con los remos que permiten sobrellevar cualquier contingencia, la pensaron alas, paracaídas o paraguas; la caracterizaron desde la posibilidad que ofrece de jugar a ser otro, a vivir otras vidas en cualquier momento, o lugar. Así, esa rebeldía implica no resignarse ante el estrecho horizonte que a veces, impone la cotidianeidad.
¿Pero qué pasa cuando el lector no encuentra esos protagonistas con quien identificarse? ¿Qué sucede si no hay textos que traten de situaciones o circunstancias que le son comunes? ¿Qué hay de una literatura que no incluye?
Esta realidad es la que hasta hoy predomina en la literatura, al menos latinoamericana, respecto al público adulto mayor. Esta población tan amplia como diversa es la gran ausente al momento de pensarse como protagonistas, y más aún, como héroes que despierten deseos de imitación. Sólo algunos roles secundarios les son asignados en los relatos, cuando no, el rol de antagonista encarnando todos los pesares, defectos o vicios arbitrariamente asignados a la vejez.
Así como la literatura infanto-juvenil está plagada de propuestas editoriales, la Gerontoliteratura debería ofrecer las mismas posibilidades. Sembramos con esta obra (ciertamente humilde, pequeña, apasionada y plural) la esperanza de contagiar a otros escritores y editoriales en esto de avanzar con ofertas dignas para este sector social que en breve superará, demográficamente hablando, a la población menor a 15 años.
En este sentido, me permito comentar una idea recurrente que tiene que ver con la asociación entre la situación actual del adulto mayor en la literatura y la del gaucho allá por la segunda mitad del siglo XIX. En ese entonces, el protagonista de esas historias no tenía lugar en las políticas gubernamentales, se le había arrebatado todo y aparecía como estorbo para los planes de progreso. La literatura lo rescata y le da el lugar necesario para manifestar sus padecimientos y perspectivas, para comprender su visión de las cosas y fundamentalmente, para reforzar su importancia en nuestra identidad como nación.
Salvando las diferencias (y disculpándome por no ahondar en precisiones teóricas más profundas), creo imprescindible rescatar la voz, la mirada, las experiencias y el habla de nuestros adultos mayores; y la literatura juega en esto un rol fundamental. Los textos literarios, como parte de los discursos sociales circulantes, contribuyen a la creación y refuerzos de estereotipos que más temprano que tarde repercuten tanto en nuestros vínculos como en las políticas públicas.
Actualmente, si de políticas públicas e institucionales hablamos, resulta que son por lo menos escasas ante un público tan rico y diverso como amplio y creciente. Podría decirse, que la única excepción a esto viene de la mano de las propuestas en el campo médico o turístico. Los avances en el área de la medicina y en la seguridad social llevaron prácticamente a equiparar la cantidad de años de actividad laboral con la que vivida luego del retiro. Treinta años es demasiado tiempo libre para tan escasas propuestas, ¿no?